lunes, 17 de junio de 2013

El Shapingo

                                        LA CAPTURA DEL “SHAPINGO”

La semana mayor del antaño, en mi tierra de origen, se caracterizó por la esmerada teatralización del martirio de Gólgota a base de imaginería exprofesamente importada.

La mañana lluviosa de cada Viernes Santo era saludada por el ruido peculiar de las matracas que llamaban; gente enlutada se encaminaba hacia la iglesia para espectar los “sagrados oficios”. En el Altar Mayor pendía enorme “tumba” de tela negra con cruz celeste de igual proporciones, que servían de cortina a un artístico “Monumento” donde doraba de un pelicano que, en orden a lo litúrgico, simbolizaba el encarcelamiento de Jesús de Nazaret antes de ser sentenciado.

Terminando el acto de la adoración a un crucifijo, luego de las tres arrodilladas de rito y tras depositar ruidosamente monedas en un platillo “destinado a tierra santa”, tirios y troyanos, representados por en sub-prefecto, el alcalde y sus séquitos, desfilaban con “tatachin” por la Plaza principal.
Con un cielo encapotado, enfervorizados los espíritus por el sistema de representaciones de la pasión esculpida en los diversos cuadros que desfilaban durante seis noches seguidas; es decir: desde la de Viernes de Dolores, el pueblo demostraba arrepentimiento. Nuestras madres se abstenían de usar el látigo; de aquel que recurría a la fuerza bruta era calificado como “judío” (así los bautizó el pueblo a los soldados romanos que actuaron en el Gólgota) de esos que flagelaron al Señor; y hasta en los tugurios se pedía, con voz meliflua, el piqueo o la chichita.

El prioste, seguido de una cuadrillade colaboradores, hacía llegar los sauces para armar el Monte del Sacrificio. Las imágenes principales eran objeto de limpieza con atribulado comportamiento.

A punto de la tres de la tarde, el Calvario ya estaba armado. No faltaba ni el Sol ni la Luna, representados por faroles de papel cometa colocados en ambos extremos de los brazos de una gran cruz de roblecon cantoneras “INRI” de plata; menos podía hacer faltas dimas y gestas, aquellos ladrones que exclamaron, antes de expirar, junto al Salvador, esas palabras de fe y de credo: “¡Señor! Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”; o estas otras plenas de desconfianza y tedio: “no puede para EL y va a poder para voz”…las expresivas miradas de estos dos ajusticiados situados, (aquí cabe decir con maestría), a la derecha e izquierda de un Cristo de faz enamorada por los golpes y cegada por la sangre, contribuían para que aquel devoto, consternado por tanto enseñamiento, pueda seguir escuchando, cual eco divino, el “Hoy estarás conmigo en el paraíso”…

Cuando, por grupos, los creyentes realizaban los últimos vía-crucis en el interior del templo, los “santos varones” vestidos a lo José de Arimatea se hacían presente para ejecutar el descendimiento. Desde el púlpito, el sacerdote explicaba la escena y ordenabasu desarrollo con la colaboración de una efigie movediza de brazos. El cadáver del Dios-Hombre era colocado en una urna iluminada y saturada de flores para dar principio a una procesión que se prolongaba hasta el Sábado de Gloria. La dolorosa, “llora que llora”, acompañaba el recorrido.
Otuzco ha tenido músicos de talento y lo he comprobado en la Capital de la República, cuando la “banda republicana”, de prestigio internacional, ejecutó, ante millares de personas, una marcha fúnebre que ejecutaban los viejos cachimbos de mi tierra en aquellos Viernes Santos que se fueron para no volver…
La rapazada recorría los campos en pos de los “juanalonsos” y “cadillos” que eran irreverentemente lanzados – alternando con el “pan de boda” – a la cabeza delas alumbradoras.
La concentración religiosa en cada Viernes Santo, a base de gente costeña y de algunos distritos de la provincia, tenía su cosa típica: la asistencia de campesinos cuyos comentarios resultaban pueriles debido a su alto grado de credulidad. Voy a citar a uno de mis personajes junto a una leyenda poco grata. Don Benito Ibañez, que así se llamó mi viejo amigo, era un tipo ochentón pero fuerte, autoritario e inteligente y, sobre todo, con rezagos de “político-revolucionario” antiguo. Conocía de “pe a pa” lo de los “azules y colorados” ya que le habían conferido, en aquellas revueltas intestinas de fines del siglo XVIII, el grado de “Capitán. El “oficial” en referencia venía desde “Paragueda” con el objeto que en mi casa se le diera hospedaje. Era bien recibido. Su última Semana Santa para don Benito, fue la de 1930.
Las matracas, a punto de seis de la tarde, llamaban al remate del quinario; pero llovía y optamos porque a la procesión del “taitito muertito” debíamos sumarnos en la cuadra de doña Mariquita Moreno. Entonces hubo antesala…Yo era muchacho y, como quien fojea un libro de cuentos, uno de mis recreos consistía en buscar motivo para que don Benito soltara la lengua…Espulgó, mi huésped, su coca; convirtió en cenizas un cigarrillo “casquino”, paladeo una copa de “compuesto”…Y, al notarlo “”armado,arranqué:
“Don Benito, cuénteme Ud. El encantamiento de Urpillao…”
“No, niño, esta vez te tengo una mejor: ¿Sabes hom queda el diablo que está encerrau en Otuzco?”
“Pues no…cuénteme, cuente…”
“Bien…Fue un Viernes Santo, antes de la guerra con los Chilenos, cuando todavía existía nuevito el panteón llamado Nº 8, hecho por tu abuelo, (me señaló), ño Manongo Corcuera…Día que todo se pone de luto por la muerte del Taitito, ocasión única que parlan los cerros Urpillao y Urcurunday…Cargaban los penitentes y santos varones la Urna y cuando el gentío llegaba al barrio de San Antonio, o sea a eso de las doce de la noche, vino clarito un olor a azufre…Era que el Shapingo llegó al pueblo…Porque había sido que ese día andan sueltos los espíritus malignos…El taita cura corrió dando voces de espanto…Los fieles se arremolinaron junto a el y reza que reza, hecha que hecha agua bendita, ordenó que un santiamén – creyendo que el cachudo hizo nomá su entrada por salida, y a fin que no se repita su presencia en el pueblo se colocasen cruces en todos los sitios de entrada…En menos de lo que canta un gallo, los republicanos cumplieron la orden y ya tenías en los caminos los siguientes signos que, lueguito, se bautizaron así: CRUZ BLANCA, CRUZ DE HUANANGARAPE, CRUZ MONDOC Y CRUZ DE LAS ALMITAS; o sea que por el norte, sur , este y oeste lo marcaron a Lucifer…Pero tanto fue el apuro que, que ese bandido, viéndose ajochado, les hizo jugarreta y no tuvo tiempo de regresar al infierno y (púsose iracundo el viejo narrador) quedó encarcelado, hace de las suyas en el pueblo, enseñorea a loa forasteros, permitió la matanza entre paisanos, del 2 de marzo de 1919 todo lo bueno, que ha sido poco, nunca a durao…Siempre se han rasguñao entre las autoridades…Y valgan verdades no habrá manera de sacarlo a ese rabón…”

Tosió (el viejo), me miró fijamente como esperando mi opinión; meneó fijamente su ya desgarbada cabeza, apretujó sus rajados como gruesos labios en mohín desengaño…
Al encenderle otro pitillo, vino la explosión:
“Por los clavos, cuando tengo cólera o pena el cigarrillo me la apaga…” Cesó el aguacero…Gente enlutada circulaba, con intensidad, por mi calle serrana…
El señor Yacente, con grueso acompañamiento y profusión de luces estaba ya en su recorrido anual; frente a una “tumba” que le salió al encuentro justo en una de las calles de la esquina donde vivía doña Mariquita Moreno, - (en cuyo catafalco, haciendo ojiva en letras del molde, desde lejos se leía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” y resaltaban, infundiendo miedo, las estampas blancas de dos tucos padres), soportaba la música y el canto del segundo derramamiento…
Lindas muchachas, en tiempo de señoritas, revolvían barro quemado incienso, en sahumadores de plata, a los pies del Señor…
Dentro de un luto, al par riguroso como elegante, imperaba cultura…
Salpicaban de blanco numerosos niños, disfrazados de ángeles, quienes portaban diversidad de insignias. Pero la masa campesina no se cansaba de proferir este grito:
“Acau el taitito muertito…”

Yo, ese año, no engrosé filas procesionales debido al que el prioste tuvo la desfachatez de no considerarme en su lista de dulces distribuidos en azafates y, consecuentemente, no recibí ceras.

Y así, tanto los Viernes Santos Otuzcanos han transcurrido…Y cuantas veces he concurrido a ellos, aparte de constatar que van perdiendo devoción auténtica, viendo la manera como se convulsiona mi pueblo, me asalta el convencimiento de la tremenda realidad que pueda contener la peregrina como senil leyenda contada por don Benito Ibañez…


FUENTE: Nuevas Estampas Andinas

                 Prof.: Euclides Santa Maria


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