LA CAPTURA DEL “SHAPINGO”
La semana mayor del antaño, en mi tierra
de origen, se caracterizó por la esmerada teatralización del martirio de
Gólgota a base de imaginería exprofesamente importada.
La mañana lluviosa de cada Viernes Santo
era saludada por el ruido peculiar de las matracas que llamaban; gente enlutada
se encaminaba hacia la iglesia para espectar los “sagrados oficios”. En el
Altar Mayor pendía enorme “tumba” de tela negra con cruz celeste de igual
proporciones, que servían de cortina a un artístico “Monumento” donde doraba de
un pelicano que, en orden a lo litúrgico, simbolizaba el encarcelamiento de
Jesús de Nazaret antes de ser sentenciado.
Terminando el acto de la adoración a un
crucifijo, luego de las tres arrodilladas de rito y tras depositar ruidosamente
monedas en un platillo “destinado a tierra santa”, tirios y troyanos,
representados por en sub-prefecto, el alcalde y sus séquitos, desfilaban con
“tatachin” por la Plaza principal.
Con un cielo encapotado, enfervorizados
los espíritus por el sistema de representaciones de la pasión esculpida en los
diversos cuadros que desfilaban durante seis noches seguidas; es decir: desde
la de Viernes de Dolores, el pueblo demostraba arrepentimiento. Nuestras madres
se abstenían de usar el látigo; de aquel que recurría a la fuerza bruta era
calificado como “judío” (así los bautizó el pueblo a los soldados romanos que
actuaron en el Gólgota) de esos que flagelaron al Señor; y hasta en los
tugurios se pedía, con voz meliflua, el piqueo o la chichita.
El prioste, seguido de una cuadrillade
colaboradores, hacía llegar los sauces para armar el Monte del Sacrificio. Las
imágenes principales eran objeto de limpieza con atribulado comportamiento.
A punto de la tres de la tarde, el
Calvario ya estaba armado. No faltaba ni el Sol ni la Luna, representados por
faroles de papel cometa colocados en ambos extremos de los brazos de una gran
cruz de roblecon cantoneras “INRI” de plata; menos podía hacer faltas dimas y
gestas, aquellos ladrones que exclamaron, antes de expirar, junto al Salvador,
esas palabras de fe y de credo: “¡Señor! Acuérdate de mí cuando estés en tu
reino”; o estas otras plenas de desconfianza y tedio: “no puede para EL y va a
poder para voz”…las expresivas miradas de estos dos ajusticiados situados, (aquí
cabe decir con maestría), a la derecha e izquierda de un Cristo de faz
enamorada por los golpes y cegada por la sangre, contribuían para que aquel
devoto, consternado por tanto enseñamiento, pueda seguir escuchando, cual eco
divino, el “Hoy estarás conmigo en el paraíso”…
Cuando, por grupos, los creyentes
realizaban los últimos vía-crucis en el interior del templo, los “santos
varones” vestidos a lo José de Arimatea se hacían presente para ejecutar el
descendimiento. Desde el púlpito, el sacerdote explicaba la escena y ordenabasu
desarrollo con la colaboración de una efigie movediza de brazos. El cadáver del
Dios-Hombre era colocado en una urna iluminada y saturada de flores para dar
principio a una procesión que se prolongaba hasta el Sábado de Gloria. La
dolorosa, “llora que llora”, acompañaba el recorrido.
Otuzco ha tenido músicos de talento y lo
he comprobado en la Capital de la República, cuando la “banda republicana”, de
prestigio internacional, ejecutó, ante millares de personas, una marcha fúnebre
que ejecutaban los viejos cachimbos de mi tierra en aquellos Viernes Santos que
se fueron para no volver…
La rapazada recorría los campos en pos
de los “juanalonsos” y “cadillos” que eran irreverentemente lanzados –
alternando con el “pan de boda” – a la cabeza delas alumbradoras.
La concentración religiosa en cada
Viernes Santo, a base de gente costeña y de algunos distritos de la provincia,
tenía su cosa típica: la asistencia de campesinos cuyos comentarios resultaban
pueriles debido a su alto grado de credulidad. Voy a citar a uno de mis
personajes junto a una leyenda poco grata. Don Benito Ibañez, que así se llamó
mi viejo amigo, era un tipo ochentón pero fuerte, autoritario e inteligente y,
sobre todo, con rezagos de “político-revolucionario” antiguo. Conocía de “pe a
pa” lo de los “azules y colorados” ya que le habían conferido, en aquellas
revueltas intestinas de fines del siglo XVIII, el grado de “Capitán. El
“oficial” en referencia venía desde “Paragueda” con el objeto que en mi casa se
le diera hospedaje. Era bien recibido. Su última Semana Santa para don Benito,
fue la de 1930.
Las matracas, a punto de seis de la
tarde, llamaban al remate del quinario; pero llovía y optamos porque a la
procesión del “taitito muertito” debíamos sumarnos en la cuadra de doña
Mariquita Moreno. Entonces hubo antesala…Yo era muchacho y, como quien fojea un
libro de cuentos, uno de mis recreos consistía en buscar motivo para que don
Benito soltara la lengua…Espulgó, mi huésped, su coca; convirtió en cenizas un
cigarrillo “casquino”, paladeo una copa de “compuesto”…Y, al notarlo “”armado,arranqué:
“Don Benito, cuénteme Ud. El
encantamiento de Urpillao…”
“No, niño, esta vez te tengo una mejor:
¿Sabes hom queda el diablo que está encerrau en Otuzco?”
“Pues no…cuénteme, cuente…”
“Bien…Fue un Viernes Santo, antes de la
guerra con los Chilenos, cuando todavía existía nuevito el panteón llamado Nº
8, hecho por tu abuelo, (me señaló), ño Manongo Corcuera…Día que todo se pone
de luto por la muerte del Taitito, ocasión única que parlan los cerros Urpillao
y Urcurunday…Cargaban los penitentes y santos varones la Urna y cuando el
gentío llegaba al barrio de San Antonio, o sea a eso de las doce de la noche,
vino clarito un olor a azufre…Era que el Shapingo llegó al pueblo…Porque había
sido que ese día andan sueltos los espíritus malignos…El taita cura corrió
dando voces de espanto…Los fieles se arremolinaron junto a el y reza que reza,
hecha que hecha agua bendita, ordenó que un santiamén – creyendo que el cachudo
hizo nomá su entrada por salida, y a fin que no se repita su presencia en el
pueblo se colocasen cruces en todos los sitios de entrada…En menos de lo que
canta un gallo, los republicanos cumplieron la orden y ya tenías en los caminos
los siguientes signos que, lueguito, se bautizaron así: CRUZ BLANCA, CRUZ DE
HUANANGARAPE, CRUZ MONDOC Y CRUZ DE LAS ALMITAS; o sea que por el norte, sur ,
este y oeste lo marcaron a Lucifer…Pero tanto fue el apuro que, que ese
bandido, viéndose ajochado, les hizo jugarreta y no tuvo tiempo de regresar al
infierno y (púsose iracundo el viejo narrador) quedó encarcelado, hace de las
suyas en el pueblo, enseñorea a loa forasteros, permitió la matanza entre paisanos,
del 2 de marzo de 1919 todo lo bueno, que ha sido poco, nunca a durao…Siempre
se han rasguñao entre las autoridades…Y valgan verdades no habrá manera de
sacarlo a ese rabón…”
Tosió (el viejo), me miró fijamente como
esperando mi opinión; meneó fijamente su ya desgarbada cabeza, apretujó sus
rajados como gruesos labios en mohín desengaño…
Al encenderle otro pitillo, vino la
explosión:
“Por los clavos, cuando tengo cólera o
pena el cigarrillo me la apaga…” Cesó el aguacero…Gente enlutada circulaba, con
intensidad, por mi calle serrana…
El señor Yacente, con grueso
acompañamiento y profusión de luces estaba ya en su recorrido anual; frente a
una “tumba” que le salió al encuentro justo en una de las calles de la esquina
donde vivía doña Mariquita Moreno, - (en cuyo catafalco, haciendo ojiva en
letras del molde, desde lejos se leía: “Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen” y resaltaban, infundiendo miedo, las estampas blancas de dos tucos
padres), soportaba la música y el canto del segundo derramamiento…
Lindas muchachas, en tiempo de
señoritas, revolvían barro quemado incienso, en sahumadores de plata, a los
pies del Señor…
Dentro de un luto, al par riguroso como
elegante, imperaba cultura…
Salpicaban de blanco numerosos niños,
disfrazados de ángeles, quienes portaban diversidad de insignias. Pero la masa
campesina no se cansaba de proferir este grito:
“Acau el taitito muertito…”
Yo, ese año, no engrosé filas
procesionales debido al que el prioste tuvo la desfachatez de no considerarme
en su lista de dulces distribuidos en azafates y, consecuentemente, no recibí
ceras.
Y así, tanto los Viernes Santos
Otuzcanos han transcurrido…Y cuantas veces he concurrido a ellos, aparte de
constatar que van perdiendo devoción auténtica, viendo la manera como se convulsiona
mi pueblo, me asalta el convencimiento de la tremenda realidad que pueda
contener la peregrina como senil leyenda contada por don Benito Ibañez…
FUENTE: Nuevas
Estampas Andinas
Prof.: Euclides Santa Maria
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