jueves, 13 de junio de 2013

LOS ARRIEROS Y LA CUEVA DEL TORO

Luis y Juan dos vecinos otuzcanos, deciden hacer un largo viaje hasta Huamachuco. Preparan sus acémilas en la forma típica acostumbrada, en aquellos tiempos donde no había carreteras ni buenos caminos. De esta
época hay muchas referencias  de las fechorías del bandolerismo en toda la región de la sierra peruana. Antes de emprender la marcha hacia Huamachuco, proveyóse uno de ellos de la obligada ofrenda a la Virgen de la Puerta, un par de velas, pero ya en la madrugada en afán de pronto marchar, se olvidaron de poner las velas proyectadas. Cuando rayaba la aurora y habían andado buen trecho, se pusieron penosos por no haber cumplido con la Reina Protectora, con ese remordimiento, interrumpieron su marcha y sin bacilar, uno de ellos regreso a cumplir con la ofrenda, mientras el otro compañero Juan, quedo esperándolo muy afligido. Luis desanduvo y llegó al trono de la Santísima Virgen para implorar su misericordia, regresando más tranquilo y confiado al lado de su compañero. Y no encontrando mayor seguridad para el descanso, por haber andado todo el día con sus acémilas cargadas, una desamparada cueva, que a la vez servía de guarida a un bravo toro salvaje, lograron poner a salvo su carga en ella. Entre tanto, eran atisbados por un hombre de mal aspecto, que pensaba hacer su premeditado asalto, entre sueños y armas en mano; al terminar de descargar la referida cueva, resolvieron acomodarse al frente de una pequeña colina donde se observaba la entrada de la mencionada cueva. Los imprevistos arrieros después de tomar sus alimentos indispensables disponíanse al descanso sin sospechar siquiera que el malhechor estaba cerca, para repetir con ellos la historia de asaltos y robos de aquella época. Pero la admiración fue grande cuando, entre el mediano resplandor de la madrugada, un sanguinario bandido arrastra y sin hacer ruido se aproximó a la cueva, “ipso facto”, escucharon un grito desesperado del bandido que fue atacado por el feroz animal, produciendo un salvaje y sanguinolento destrozo. Al día siguiente, sus fardos sacaron intactos del fondo de la cueva. En un reguero sangriento yacía sin vida el cadáver mutilado del bandolero. Y aunque lamentando la desgracia y el castigo, los cristianos viajeros atribuyeron su salvación al poder milagroso de la Santísima Virgen y, a su regreso, reiteraron la ofrenda de su plegaria y de sus velas.

FUENTE: “Reseña Histórica- Biográfica del culto a la Inmaculada Virgen de la Puerta de
                Otuzco”

                Prof.: Telesforo Chávez Castro

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