martes, 11 de junio de 2013

La Luna de la Virgen de la Puerta

Los padres agustinos, siguiendo el programa de evangelización de su orden y por recomendaciones del virreinato, en la pequeña villa de Otuzco inician la devoción a la santísima Virgen de la Concepción, imagen que les acompaño en su travesía, traída de España destinada a ser colocada como un icono religioso en una localidad, preferiblemente de la sierra porque es bien sabido que a pesar de la instalación del Virreinato, los pobladores nativos preservaban su tradiciones y se manifestaban recios a la implantación de alguna costumbre extranjera.


Sucedió que en la comarca Otuzcana no era de extrañarse el rechazo que manifestaban los pobladores, el Fray Juan Ramirez un temperamental sacerdote realizó diferentes incursiones a cada comunidad de habitantes, tuvo un dominio muy pobre del idioma local y sus métodos no ortodoxos permitieron fracasarle en el intento de convencimiento a los pobladores. Cada poblador desde la invasión del Tahuantinsuyo conservaba sus tradiciones y consideraban que en tiempos de la colonia permanecerían intactos a pesar de los regaños y pataletas del cura por convencer a sus interlocutores sobre la divinidad extranjera, más aún en cada visita preferían evitarlo y dedicarse a sus faenas cotidianas con la intención de despistarlo. Era un evento cómico para los niños al observar las muecas que expresaba cuando no lo prestaban atención, los cuales le esperaban los días que venía a realizar su “evangelización”, tal vez más que el espectáculo, gustaban de los nuevos sabores de unos dulces que regalaba al finalizar cada discurso, permitiendo tener más acogida por un público infante hambriento que de los mayores tercos.

Frente al fracaso de su hermano de oficio, el Fray Juan de Canto un voluminoso sacerdote, tomo la batuta de tan estresante tarea, cambio el método de su anterior colega y recurrió a acciones más pacientes y tolerantes, la visión más original de Juan de Canto no sorprendió a Juan Ramirez que consideró un posible fracaso y deseaba que llegara el día para escuchar la frase que el mismo repetía “No me entienden estos tercos”, además su ansiedad se elevó sabiendo que se realizó una apuesta cuyo vencedor era el primero que traiga más devotos a la nueva imagen de la madre de Cristo.

Juan de Canto no se fue directo a dar un aburrido y molestoso discurso a los pobladores, sino que con su ojo agudo observó las diferentes actividades que realizaron los pobladores, notó su preferencia al culto a los fenómenos naturales, debido a que ellos consideraban sus dioses protectores además de provicionarles comida y vivienda, que no fue tomado tan atentamente por su colega.

Una noche de luna llena observó una actividad que permitió resolver el problema que tanto aquejaban a los “agustinos”; pudo notar que los nativos llevaban ofrendas a una llanura y ofrecían alimentos a la luna, además de danzar y cantar, este hecho también fue observado en la mañana al sol pero para la luna las proporciones de los alimentos y las actividades eran más amplias, pudo suponer que su “diosa” luna era más importante que el sol.

De esta manera en la maña muy temprano como niño curioso el fray Juan de Canto averiguó sobre el motivo de culto a la luna, descubriendo que se trataba a la adoración Mun o Munchas conocido por los pobladores, la diosa madre protectora de los hijos del sol.

De esta forma mando a construir una luna menguante de metal posada en la parte inferior de la imagen de la Virgen de La Concepción, convenció a los pobladores que la imagen extranjera no era otra cosa que la diosa Munchas, su madre protectora, además la estructura metálica en forma de luna lo demostraba; fue este hecho que los pobladores no cambiaron su culto, sino que lo trasladaron a la nueva imagen por considerar a que en ella representaban a su diosa madre.

Caso resuelto para el problema de culto a la madre de Cristo que se convirtió en la madre Munchas de los pobladores de la comarca Otuzcana. Además el fray Juan Ramirez tuvo que pagar lo pactado a Juan de Canto que era un dote de exquisitos dulces traídos de Trujillo, que agradaban a los niños de la comarca, posteriormente se convertiría en los alfajores otuzcanos, pero eso es otra historia… 

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